Juli: La Cuna de la Diablada y Su Historia Religiosa y Cultural

 Resumen: Aldo Zanabria Galvez - aldo.zanabria@unap.edu.pe 

Juli, un importante centro turístico de Puno, tiene el honor de ser una de las primeras ciudades americanas en instalar una imprenta de los jesuitas en 1599. Para el año 1612, se imprimieron las primeras obras bilingües en aymara y español, dedicadas a la difusión de la doctrina cristiana. Juli no solo destaca por su contribución a la cultura escrita, sino también por el patrimonio arquitectónico que alberga. Las iglesias construidas en el altiplano sur de Juli, conocidas como el "cinturón de plata", son un reflejo del esplendor de su historia religiosa. Entre ellas, la Iglesia de San Pedro Mártir de Juli, iniciada en 1565, es un emblema del legado renacentista dejado por los dominicos y posteriormente completada por los jesuitas.

La historia de Juli está marcada por su fundación en la época incaica, cuando Pachacútec, el tercer monarca de la dinastía inca, la estableció en su afán de conquistar nuevos territorios y expandir la doctrina religiosa. En ese tiempo, los emperadores lupakas Katari y Zapana defendían la región con el ejército lupaka aymara, preparándose para enfrentamientos con otras tribus. Según la tradición, la figura del ave Lllulli, un símbolo de paz, se convirtió en parte fundamental del imaginario cultural de la región.

Con la llegada de los europeos, especialmente de los frailes dominicos, la evangelización de los nativos comenzó. Sin embargo, debido a que estos frailes no dominaban el idioma aymara y cometían muchas irregularidades, los nativos rechazaron sus intentos de catequización. Esto llevó al virrey Toledo a ordenar una inspección, lo que finalmente resultó en la expulsión de los dominicos en 1572. Posteriormente, los jesuitas tomaron su lugar en 1576 y, con gran éxito, lograron consolidar su misión evangelizadora.

Fue en este contexto que se estableció la festividad de la Inmaculada Concepción, celebrada por primera vez el 8 de diciembre de 1578 en Juli. La celebración incluyó el repique de campanas, trompetas, cañas y flautas. Los habitantes originarios ya contaban con sus propias tradiciones musicales, acompañando las festividades con música y danzas que eventualmente se convertirían en parte de la identidad de la Diablada. Esta tradición fue enriquecida a través del tiempo y en 1577, surgió la diablada altiplánica.

El reconocido lingüista y religioso Diego Gonzales Holguín, en su obra "Arte de la lengua aymara y vocabulario en general del Perú", describió cómo la danza de la Diablada comenzó a tomar forma en la región. En esta época, la representación de los "7 pecados capitales" y las "7 virtudes" cobraron vida en la danza, simbolizando la lucha entre el bien y el mal. Se pensaba que los diablos bajaban a la tierra para tentar a los habitantes, personificando la avaricia, la envidia, la gula, la lujuria, la pereza y la soberbia. En medio de esta teatralización, la figura del arcángel San Miguel aparecía como un símbolo de redención, guiando a los pecadores hacia la conversión y la salvación.

La evangelización y el uso de los autosacramentales por parte de los jesuitas influyeron significativamente en la cultura local, utilizando estos actos teatrales para catequizar a la población y difundir la fe cristiana en América. En 1607, durante la inauguración del templo de Santa Cruz de Jerusalén, se realizaron dramatizaciones que exaltaban el nacimiento del niño Jesús y la representación de los 7 pecados en la diablada. Esta representación se transformó en un instrumento fundamental para la conversión de los nativos al cristianismo.

En Potosí, la influencia de Juli y sus tradiciones se extendió aún más. Los primeros españoles llegaron a Juli en 1534 y pronto descubrieron la riqueza cultural y la resistencia de los aymaras. Hernando y Gonzalo Pizarro fueron testigos de cómo los ritos, las danzas y la música eran parte esencial de la vida cotidiana de los habitantes. Con el tiempo, los nativos que fueron llevados a trabajar en Potosí llevaron consigo la tradición de la Diablada altiplánica, enriqueciéndola con adornos y elementos de tierras potosinas.

A lo largo del tiempo, la Diablada se convirtió en una parte fundamental de las festividades en Juli y otras regiones del altiplano. El papel del arcángel San Miguel en estas celebraciones reafirmó la lucha entre el bien y el mal, destacando el papel redentor de la religión en la vida de los habitantes. Hoy en día, la Diablada es un símbolo de la identidad cultural de Juli, reflejando siglos de historia, resistencia y sincretismo religioso.

La ciudad de Juli se erige como un importante centro turístico y cultural, conocida como la cuna de la Diablada. Es un lugar donde se fusionan la fe cristiana y las tradiciones ancestrales, lo que hace de Juli un testimonio viviente de la riqueza cultural de la región aymara. Por ello, los habitantes de Juli invocan a sus autoridades para preservar y promover este legado, asegurando que la historia de Juli y su papel como cuna de la Diablada perduren para las futuras generaciones, destacando el orgullo y la identidad de su pueblo.

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